'Hezurbeltzak, una fosa común' es una animación de corte experimental. ¿El proceso técnico resultó complicado?
Es bastante simple. Usé sólo tinta china y plumilla. Los fondos son blancos. No hay adornos. Me concentré en lo que quería decir.
Las imágenes se suceden sin tregua. ¿Tenía una intención concreta que deseaba transmitir a lo largo de esos cuatro minutos?
Sí, pero el mensaje quería dejarlo ambiguo. Los personajes no están muy bien definidos. El hecho de no tratarse de una narración lineal, sin principio, desarrollo ni desenlace, me ayudó a no crear una historia que lograse una identificación automática. Me importaba subrayar cómo son los personajes, la pasividad de unos, el dejarse hacer cosas de otros, el que no estén en movimiento… Es como un escenario en el que los personajes aparecen, pasa algo y no se sabe muy bien si se pueden defender de lo que les sucede o si son pasivos. He tratado de apelar a la animalidad de las personas, entre las que fluye un sentimiento primitivo como de dejarse hacer, casi como niños, aunque lo que les pasa no tiene nada que ver con el mundo infantil. Entre los personajes hay distintas fuerzas, unos parecen estar debajo de otros. Es otro rasgo en el que he profundizado, la creación de jerarquías.
Es su debut en la dirección. ¿Qué supone inscribir su nombre en el palmarés de ALCINE?
Un lujo. Que te reconozcan un proyecto tan personal e íntimo, un trabajo de mucho tiempo y en solitario, porque yo no tengo actores ni guionistas, es un privilegio. Es increíble que la gente lo vea y lo sienta como suyo.